Con el calorcillo, la pera se puso blandita. Marta se fue para su casa, y -como estaba cansada- se sentó en la cama, sin darse cuenta de que estaba encima de la fruta. Quedó hecha puré de pera, así que tuvo que comérsela con cuchara y pajita.
Entonces, entró su padre en la habitación.
-¿Qué haces ahí -preguntó, sorprendido de verla tan callada.
-Nada, aquí, sentada encima de la pera. ¿Quieres un poco?
El padre salió huyendo, asustado de la invitación, y Marta se quedó con los restos de su pera espachurrada, allí, en sus aposentos. Desde entonces, cada vez que le dan una pera de postre, Marta P. la calienta y la aplasta bien aplastadita. Dice que sabe más rica.....
No hay comentarios:
Publicar un comentario