Esta es la historia de una tarta volante, que sale del Taller Ocupacional de la Fundación Betesda, en el planeta Tierra, y prosigue su vuelo hasta Andrómeda.
El vuelo dura muchos meses, y los alimentos empiezan a escasear. El capitán De Lara pasa mucho hambre, y ha decidido comerse un pedazo de la tarta, o sea de la nave.
Eso no puede ser, porque se comería nuestro medio de volver a la Tierra -dice la Superintendente del vuelo, Marta P. -Voy a ver si encuentro algo en mi mochila.
-¿No será una pera espachurrada, verdad? -pregunta Isabel, que se teme lo peor.
Entonces, Marta empieza a sacar de su bolso desodorante, colonia, pastillas para la tos, papeles.... Finalmente, encuentra un sandwich de pulpo con salsa de cebolla picante, y se lo da al comandante.
Ramón de Lara se lo come encantado. Pero, entonces le asalta un sed terrible.
-¿No tendrá alguien una cocacola? -pregunta, desesperado.
Pero nadie tiene nada para calmar su sed. Entonces, al mecánico jefe Luis, se le ocurre provocar una tormenta de agua, y sacar los cubos al exterior para llenarlos.
Empieza a llover, y en ese momento, nuestros intrépidos hombres del espacio, se dan cuenta de que, con el agua, se derrite la tarta-nave de chocolate.
-¿Cómo podremos volver a la Betesda? -se preguntan, asustados.
Ángel, en su papel de científico jefe de la expedición, propone un plan. Dice que están salvados.
-Rápido, coged las bases de las velas de esa tarta de cumpleaños, tienen forma de paracaídas -dice.- Que cada uno se agarre a una y descienda hasta la Gran Vía de Hortaleza.
Y así lo hacen. Al día siguiente, la tele y los periódicos recogen la insólita historia en sus titulares. Siete viajeros procedentes de Andrómeda, siete héroes del espacio, caen en el barrio de Hortaleza, de Madrid, en paracaídas hechos con velas de tarta. Y encima, rebozados de chocolate negro.
Alguno aterrizó -relata la prensa especializada en ovnis- en un tendedero de sábanas blancas, encima de los transeúntes con ropa de domingo, o en los tejados... Y cuando quedaron en el suelo, como eran figuras de chocolate líquido, todos los niños de Hortaleza se acercaron a ellos con churros en la mano. Así que nuestros valientes astronautas sirvieron de desayuno para los madrileños.
Mira qué bien.
Mira qué bien.
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