Aquel día -hará de esto como un mes- era viernes, y en la comida había peras de postre. Marta (la lengua que no cesa) cogió una pera que no quería Isabel, y la guardó en el bolsillo de la bata blanca del trabajo. Se fue a escribir el blog del Aula Formativa, donde entraba el sol por la ventana.
Con el calorcillo, la pera se puso blandita. Marta se fue para su casa, y -como estaba cansada- se sentó en la cama, sin darse cuenta de que estaba encima de la fruta. Quedó hecha puré de pera, así que tuvo que comérsela con cuchara y pajita. Entonces, entró su padre en la habitación. -¿Qué haces ahí -preguntó, sorprendido de verla tan callada. -Nada, aquí, sentada encima de la pera. ¿Quieres un poco? El padre salió huyendo, asustado de la invitación, y Marta se quedó con los restos de su pera espachurrada, allí, en sus aposentos. Desde entonces, cada vez que le dan una pera de postre, Marta P. la calienta y la aplasta bien aplastadita. Dice que sabe más rica.....
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